23 de octubre de 2007

Decepción, asombro y añoranza

El pasado fin de semana, fuí al Centro Historico de la Ciudad de México y es la segunda vez que me provoca tantas emociones en una sola visita al zócalo (la primera vez fue cuando asistí al primer concierto de Café Tacvba en este mismo sitio).
Todo iba como de costumbre, un metro atiborrado de gente que camina con calma dominguera, la aglomeración social que se desarrolla en torno a las salidas a la Catedral, Palacio Nacional y la Plaza de la Constitución dentro de la estación del metro Zócalo, la gente buscando gente en las inmediaciones del asta bandera (donde nos citamos y encontramos mi papá y yo, con mi hermano y su novia).
Dos fueron las razones para asistir al Centro: primero, visitar la VII Feria del Libro que cada año se presenta en el punto más importante del país, y segundo, observar, caminar y sentir las calles de Moneda, Corregidora, Correo Mayor y Eje Central ajenos a todo tipo de gritos, productos pirata, puestos de comida, carros de hot-dogs de 3 x 10, compras y ventas de infinidad de bienes de consumo. Esto último porque el Jefe de Gobierno del Distrito Federal se comprometió a "limpiar" las calles del Centro Histórico para poder celebrar las festividades del Centenario de la Revolución Mexicana y el Bicentenario de la Independencia de México en el 2010.
Decepción sentí al recorrer la Feria del Libro, ya que las editoriales presentes no ofrecían sus libros a precios inferiores a los de cualquier librería, sino por el contrario, algunos vendían más caro de lo normal, por lo que sólamente pude salir de ahí con una bolsa que contenía la revista Letras Libres (vendida a mitad de precio) y un libro de economía de la Universidad Autónoma de México (a solo 20 pesos) Y menciono decepción porque años anteriores éstas compañías del conocimiento sí ofrecían precios por debajo del mercado y con baratas que invitaban a comprar más de un libro. Es de suponer que una feria trata de esos beneficios que los vendedores otorgan a la población.
Terminando de recorrer la Plancha del Zócalo nos dirigimos a la calle de Moneda pasando enfrente de Palacio Nacional, sin saber que en la próxima esquina nos llevaríamos una gran sorpresa. El Nivel (la cantina con el registro Nº1 en la Ciudad de México, y que es parte de la historia de ella) estaba tristemente cerrada a modo de la canción de los Tigres del Norte (con tres candados), pero en este caso era la cortina de metal color gris. No quiero pensar que esta historia llegó a su fin, ya que también una noche antes intenté ir con mis amigos encontrándonos con la misma situación. Prometo investigar que ha pasado con El Nivel, ya que es un espacio de convivencia familiar y de borracheras de amistades.
Seguido de esto, empezamos a caminar por la calle de Moneda observando cada detalle que se tornaba invisible cuando el ambulantaje reinaba en la zona. Noté cómo las lámparas que cuelgan a la mitad de esta calle son un elemento perfectamente colonial que adorna el paisaje que se alcanza a vislumbrar hasta la Academia de San Carlos. Noté que en esta misma calle hay una placa pegada a Palacio Nacional que rezaba: Aquí está el cuarto donde murió el presidente Benito Juarez la noche del 18 de julio de 1872. Noté que este mismo inmueble tiene dos puertas de metal color verde olivo justo en la calle trasera. Pero sobre todo noté en mí, un sentimiento de tristeza, de extrañeza y de añoranza por estar en medio de esas calles sin su gente gritando, sin sus productos piratas, sin sus puestos de comida y sin sus carritos de hot-dog.

1 comentario:

Salvatore dijo...

Qué interesante está tu crónica. Noto en ella cierta picardía para contar una historia, misma que le debes a tus años como lector.
Te felicito. Espero que puedas entrar al fascinante mundo de Oscar y su tambor de hojalata, y dejarme un comentario al menos tan bueno como esta crónica.
Me acordé de una crónica que hizo hace mucho tiempo, mi tocayo, Salvador Novo sobre la calle de moneda.
Si te interesa este género periodístico te recomiendo que leas cosas de Novo y de Ricardo Garibay, dos maestros en la materia.
Un abrazo, y gracias por compartir tu inteligencia con los demás a través de la escritura.